Estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, muy caro; rompió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús… (Mc 14, 3-9)

Jésus se trouvait à Béthanie, chez Simon le lépreux. Pendant qu'il était à table, une femme entra, avec un flacon d'albâtre contenant un parfum très pur et de grande valeur. Brisant le flacon, elle le versa sur la tête de Jésus... (Mc 14, 3-9)

7 de septiembre de 2009

Sin prejuicios

Nunca un hombre ha respetado a los otros como este hombre.

Para él, el otro es siempre más y mejor que aquello a lo que las ideas recibidas incluso de Sabios y de Doctores de la Ley tienden a reducirle. El ve siempre en aquel o aquella que se encuentra un lugar de esperanza, una promesa viva, un extraordinario posible, un ser llamado –por encima y a pesar de sus límites y a veces sus crímenes- a un futuro todo nuevo. Llega incluso a discernir en ellos y ellas alguna maravilla secreta cuya contemplación le sumerge en la acción de gracias.

El no dice: “Esta mujer es inconstante, ligera, tonta; está marcada por el atavismo moral y religioso de su medio, sólo es una mujer.” El le pide un vaso de agua y da pie a una conversación.

El no dice: “Mira, una pecadora pública, una prostituta que no saldrá nunca de su vicio.” El dice: “Ella tiene más oportunidad para el Reino de Dios que aquellos que están apegados a sus riquezas o se escudan en su virtud y su saber.”

El no dice: “Esta es solo una adúltera.” El dice: “Yo no te condeno. Va y no peques más.”

El no dice: “Esta que intenta tocar mi manto es una histérica.” El la escucha, habla con ella y la cura.

El no dice: “Esta vieja que da sus céntimos para las obras del Templo es una supersticiosa.” El dice que ella es extraordinaria y que haríamos bien en imitar su desinterés.

El no dice: “Estos críos sólo son unos mocosos.” El dice: “Dejadles venir a mí e intentad pareceros a ellos.”

El no dice: “Este individuo es un funcionario prevaricador que se enriquece adulando a los poderosos y sangrando a los pobres.” El se invita a su mesa y asegura que su casa ha recibido la salvación.

El no dice: “Este hombre es un delincuente.” El le dice: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso.”

El no dice: “Este Judas será siempre un traidor.” El acepta su beso y le llama “amigo mío”.

El no dice: “Este fanfarrón es un renegado”. El le dice: “Pedro, ¿me amas?”.


Este texto de Albert Decourtray (1923-1994) lo publicó Agapenat en su blog Lumières
sur le chemin.

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