Estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, muy caro; rompió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús… (Mc 14, 3-9)

Jésus se trouvait à Béthanie, chez Simon le lépreux. Pendant qu'il était à table, une femme entra, avec un flacon d'albâtre contenant un parfum très pur et de grande valeur. Brisant le flacon, elle le versa sur la tête de Jésus... (Mc 14, 3-9)

21 de septiembre de 2009

Amar

Poco a poco –o de golpe, que en estas cosas nunca se sabe- el Amor de Dios nos hace salir de nuestro solipsismo. Si El me ama de esta manera, también estos que me rodean son amados y amadas por El. Es el momento de la respuesta, y… nunca estamos forzados a ello. Somos libres para responder o no, de la misma manera que somos libres para aceptar el amor de Dios, o no hacerlo.

El amor hacia los otros no tiene mucho que ver con los sentimientos, ni con las emociones: es completamente posible amar a alguien que nos cae fatal. Y, por supuesto, ¡nada que ver con el sentimentalismo, el dolorismo y otros “ismos” similares! Este amor es cuestión de voluntad, más bien. Darse cuenta que el que está enfrente de mí tiene tanto derecho como yo al amor de Dios (recordemos que es incondicional), y que aunque no le soporte, tiene también sus zonas de luz (igualito que yo, vaya). Así pues, buscaré su bien, porque de eso se trata.

Cada uno encontrará después su manera propia y particular de hacer real de este amor: y aquí ya nos metemos en otro tema, el de los carismas y vocaciones personales. Eso si, sin olvidar que el que no ama a los de aquí, malamente puede amar a los de allá.

Queridos, amémonos los unos a los otros, porque el amor nos viene de Dios. Todos aquellos que aman son hijos de Dios, y conocen a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.
(1Jn 4, 7-8)

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