Estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, muy caro; rompió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús… (Mc 14, 3-9)

Jésus se trouvait à Béthanie, chez Simon le lépreux. Pendant qu'il était à table, une femme entra, avec un flacon d'albâtre contenant un parfum très pur et de grande valeur. Brisant le flacon, elle le versa sur la tête de Jésus... (Mc 14, 3-9)

21 de agosto de 2010

21 domingo del Tiempo Ordinario

Hay muchos y buenos comentarios cada domingo a la lectura del evangelio. Por eso, a partir de ahora, aquí encontraréis el eco que despiertan en mí las otras lecturas o el salmo. No pretendo ser un maestro en nada; lo único que quiero hacer es compartir la meditación que pueda hacer de la Palabra.

Del libro de Isaías (66, 18-21)
Así dice el Señor: «Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria; y anunciarán mi gloria a las naciones.
Y de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi monte santo de Jerusalén -dice el Señor-, como los israelitas, en vasijas puras, traen ofrendas al templo del Señor. De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas» -dice el Señor-.

El Señor es quien reúne todos los pueblos, y el nuestro, el pueblo homosensible, también está invitado a la fiesta. Es el Señor mismo quien nos llama, y El quiere mostrarnos su gloria, y la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios (san Ireneo de Lyon). Somos invitados a vivir un doble movimiento, que responde al doble exilio: ocupar nuestro lugar en esta marcha hacia el monte santo de Dios, y anunciar su gloria a nuestro pueblo.

14 de agosto de 2010

15 de agosto

Del evangelio según san Lucas (1, 39, 56)

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
-¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
María dijo:
-Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.


Con María podemos cantar el Magníficat por todo lo que el Señor hace con y por nosotros: en ella podemos contemplar aquello a lo que somos llamados ¡Dichosos nosotros al creer en la increíble misericordia de Dios!

7 de agosto de 2010

19 domingo del Tiempo Ordinario

Del evangelio según san Lucas (12, 32-48)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes, y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas: vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela: os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y si llega entre la noche o de madrugada, y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre.
Pedro le preguntó:
-Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?
El Señor respondió:
-¿Quién es el administrador fiel y solicito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: 'Mi amo tarda en llegar', y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándole a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra, recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá: al que mucho se le confió, más se le exigirá.

Reconozco que durante años tuve este texto atragantado, por culpa de la última frase: A quien mucho se lo dio… Sin embargo, comprendí más tarde que no es un asunto de contabilidad. Si es de amor de lo que seremos examinados, éste se manifiesta en el servicio a los hermanos, simplemente. Como dice la sabiduría popular, el movimiento se demuestra andando. Aunque estemos en pleno período estival, el amor no toma nunca vacaciones.

4 de agosto de 2010

La samaritana

Mediodía. La hora en la que la sombra sólo es la sombra de sí misma. La hora de la claridad más elevada. La de las revelaciones. Yo hubiera debido sospecharlo cuando le entreví al lado del pozo, color de tierra, sentado sobre el cansancio del viaje.

Él no me oyó llegar. Sobre la arena, mis pies susurraban.

Pero cuando sumergió sus ojos en los míos, comprendí que él venía de muy lejos. Que su cansancio era antiguo, viejo como el mundo. Como si todo lo que le rodeaba, con su collar de desgracias, le hubiera entrado en el cuerpo.

En él era su alma lo que estaba lleno de polvo, porque es al interior por donde él ha marchado, que las piedras del camino le han herido. El calor de la hora sexta era asfixiante, pero él tenía niebla dentro.

“Dame de beber”. El había andado mucho, a través de colinas y de pueblos. Había hablado, pero también escuchado el viento sobre los rostros. Había querido compartir el fuego, narrar la sal y la luz, dejar una palabra más alta que la guerra. Pero también había visto como la sombra se empeña en descoser la vida, empañar los ojos y taponar los oídos. Él hubiera deseado ensanchar los corazones, pero la piedra se movía al revés y cerraba las tumbas.

“Dame de beber”. Hice como quien no oye. Yo no había venido para calmar la sed de un desconocido. Sacar agua para los míos me era ya bastante cansado. Yo soñaba también con sentarme y que alguien me diera de beber. Acabé por sorprenderme. Hacía falta que este hombre tuviera sed para pedirme agua a mí, la que no sabía vivir, la que no sabía amar. No entendí todo lo que él me decía, pero sus palabras hicieron una canción en mi mente.

Él me hablaba de bajar a mi propio pozo, de ir más allá de mi agua dormida para buscar la fuente viva. Yo podía dejar atrás mi miedo a perderme en mis profundidades, porque más profundo todavía el amor me recogería. Él me enseñaba el agua clara de una vida que yo no podía ni imaginar. Él me hablaba de Dios, sentado a la orilla de mi humanidad, y la llamada a calmar su sed.

Le dejé sabiendo que no le abandonaba. ¿Podemos separarnos de lo que permanece? Desde ese mediodía, mi cántaro está al borde del pozo. Lo podéis ver si pasáis por allí. Pero, por favor, no lo utilicéis; en vosotros tenéis con qué sacar el agua viva donde Dios mismo se vivifica.

Francine Carrillo