Estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, muy caro; rompió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús… (Mc 14, 3-9)

Jésus se trouvait à Béthanie, chez Simon le lépreux. Pendant qu'il était à table, une femme entra, avec un flacon d'albâtre contenant un parfum très pur et de grande valeur. Brisant le flacon, elle le versa sur la tête de Jésus... (Mc 14, 3-9)

16 de junio de 2010

La belleza

Si miramos a una persona, y no percibimos la belleza en ella, no podremos ayudarla en nada. No se puede ayudar a alguien aislando lo que va mal en él, lo que es feo, deformado. Jesucristo miraba todos aquellos con los que se encontraba -la prostituta, el ladrón- y veía la belleza escondida en ellos. Era, quizás, una belleza deformada, estropeada, pero no por ello menos belleza, y El actuaba de tal manera que esta belleza salía a la luz. Esto es lo que deberíamos aprender a hacer con los otros. Pero, para llegar a esto, necesitamos sobre todo un corazón puro, intenciones puras, el espíritu abierto –lo que no se da a menudo-… para poder escuchar, mirar y ver la belleza escondida. Cada uno de nosotros es la imagen de Dios, y cada uno de nosotros se parece a un icono deteriorado. Pero si se nos diera un icono deteriorado por el tiempo, por los acontecimientos, o profanado por el odio de los hombres, lo trataríamos con ternura, con reverencia, el corazón roto. Le daríamos importancia a lo que le queda de belleza, no a la que ha perdido. Debemos aprender a reaccionar así con cada uno…


Anthony Bloom, monje ortodoxo.
Revista “Ombres et Lumière”, n°114, junio 1996.

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