Pareciera a veces que a Edi le encanta comerse la cabeza, como ese día. Mientras que se tomaba su café de la mañana, de repente, una cuestión le vino a la cabeza: “¿Es que amo a Dios?” ¡Joé, menuda preguntita para comenzar el día! Y, además, ¡menudo día! Cuando llegó a su trabajo al bar restaurante todas las mesas estaban ocupadas y tuvo que ponerse a correr entre ellas con las bandejas en la mano. Sin embargo intentó al menos guardar la sonrisa; también con su compañera Blandina, que estaba más lenta que de costumbre y no paraba de pedirle ayuda con la caja registradora. Pero incluso en mitad de su trabajo, mientras servía filetes y tarta de chocolate (“sí, señor, es casera”) Edi se preguntaba: “¿Es que amo a Dios?”
Después del trabajo Edi volvió a casa. A veces vuelve a pie, y se para en una iglesia que hay a mitad de camino para pasar un ratillo en oración. Pero no ese día, estaba demasiado cansado como para andar y cogió el metro. Lo primero que hizo al llegar a casa fue llamar a su amigo Alberto para saber de su familia, y estuvieron largo rato al teléfono; Alberto necesitaba hablar, su hermano iba de mal en peor, y al final habían despedido del trabajo a su mujer. Cuando la conversación terminó Edi sólo tuvo tiempo de hacerse la pregunta una sola vez, porque su vecina doña Angustias llamó al timbre. ¿Edi sería tan amable de venir a su casa para cambiar la bombilla del cuarto de baño? Visita rápida a la casa de su vecina, lo justo para darse cuenta los dos que ella no tenía bombillas de recambio y que hacía falta ir a comprar. Sin problemas, Edi fue al supermercado del barrio. “¿Es que amo a Dios?” Edi estuvo a punto de pedirle a doña Angustias su opinión, pero prefirió callarse.
Por fin Edi pudo sentarse en su sofá. Puso las piernas sobre la mesa y se adormeció casi enseguida. Medio dormido, medio despierto, se dio cuenta que la respuesta a su pregunta estaba en todo lo que había vivido a lo largo del día. Y también que amar a Dios no es un punto de llegada, sino un camino que se hace día a día. Un ligero ronquido contento salió de su boca entreabierta.
On dirait parfois qu’Edi aime bien se prendre la tête, comme ce jour là. Pendant qu’il buvait son café du matin, soudain, une interrogation survint à son esprit : « Est-ce que j’aime Dieu ? » Dis-donc, quelle question pour démarrer la journée ! Et, en plus, quelle journée ! Quand il arriva à son travail à la brasserie toutes les tables étaient occupées et il a dû de courir entre elles plateaux en main. Mais il essaya de garder le sourire, quand même ; aussi envers sa collègue Blandine, qui était plus lente que d’habitude et n’arrêtait pas de lui demander de l’aide avec la caisse. Mais même au beau milieu du travail, tandis qu’il servait des entrecôtes et moelleux au chocolat (« fait maison, monsieur ! ») Edi se demandait de temps en temps : « Est-ce que j’aime Dieu ? »
Après le travail, Edi rentra chez lui. Parfois il fait le trajet à pied, et entre dans une église qui est dans son chemin pour prier un peu. Pas ce jour là, il était un peu trop fatigué pour marcher et il prit le métro. La première chose qu’il fit en rentrant fut d’appeler son copain Albert pour prendre ses nouvelles, ils sont restés longtemps au téléphone ; Albert avait besoin de parler, l’état de santé de son frère ne changeait pas, sa femme avait été finalement virée de son travail. La conversation terminée, Edi eu le temps de se poser une seule fois la question, parce que sa voisine Mme Briel sonna à sa porte. Est-ce qu’il serait si gentil de venir chez elle pour changer l’ampoule de la salle de bain ? Visite rapide chez sa voisine, juste pour s’apercevoir qu’elle n’avait plus d’ampoules et qu’il fallait aller en acheter. Pas de soucis, Edi s’en alla au supermarché du coin. « Est-ce que j’aime Dieu ? » Edi fut sur le point de demander l’avis de Mme Briel, mais il préféra se taire.
Finalement, voici Edi sur son canapé. Il allongea ses jambes sur la table, et il s’assoupit aussitôt. Dans son somme, il se rendit compte que la réponse à sa question était dans tout ce qu’il avait vécu au long de la journée. Et aussi qu’aimer Dieu n’est pas un point d’arrivée, sinon un chemin que l’on fait jour à jour. Un léger ronflement content sortit de sa bouche entrebâillée.
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