Querido hermano:
Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús. Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Cada uno de nosotros puede hacer propia esta afirmación de san Pablo: el Señor pone su confianza en cada uno de nosotros, y nos capacita a seguirle, seamos varón, mujer, gay, hetero, trans… Luego está la respuesta que cada uno quiera dar, libremente, a la misión que El quiera confiarle; pero esa es otra cuestión.
En el texto original, al parecer, Pablo emplea una formula solemne para introducir la afirmación clave de este texto: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. Vaya, que dejemos el juicio para otro momento, y que quien quiera juzgarnos no obstaculice, al menos, la acción salvífica de la Trinidad en su pueblo. Que el Espíritu sopla donde quiere…
No hay comentarios:
Publicar un comentario