Estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, muy caro; rompió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús… (Mc 14, 3-9)

Jésus se trouvait à Béthanie, chez Simon le lépreux. Pendant qu'il était à table, une femme entra, avec un flacon d'albâtre contenant un parfum très pur et de grande valeur. Brisant le flacon, elle le versa sur la tête de Jésus... (Mc 14, 3-9)

14 de julio de 2010

Decir Dios

Toda palabra sobre Dios va hacia la mentira o la ideología cuando no nace de la oración, de la intimidad paciente con Aquel que es el Verbo, Palabra de Dios, fuente de nuestros balbucimientos de creyentes en camino. […] Sin embargo tenemos que intentar hablar de Dios, atreverse en una ruta de aproximación a la divina Presencia. Algunos y algunas lo hacen a través de la teología; otros, de la literatura, de la poesía, del teatro; otros incluso a través del arte: pintura, escultura, música, danza… La experiencia espiritual de uno puede entonces convertirse en sendero; diciéndose, la palabra puede entonces arar en nosotros su surco; el lenguaje pacientemente forjado en común se hace entonces vínculo fraterno, fundamento de la comunidad, fermento de Iglesia. El creyente, el buscador de Dios siempre en éxodo, debe intentar decir, hacer suyas las palabras de de sus hermanos y hermanas, palabras de ayer sedimentadas por la Historia y pulimentadas por la oración del tiempo, palabras de hoy a seguir inventando.

B. Révillion, en “Panorama”, n° 467


Creo que estas palabras explican bastante bien el reto que tenemos delante los creyentes homosensibles: sin dejar de lado lo que nuestros antepasados en la fe nos han legado, lo que podamos aprender en la intimidad de nuestra oración, osar un lenguaje para poder declinar de todas las formas posibles esta buena noticia: ¡el Amor del Señor es eterno, y es para todos!

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