
El amor hacia los otros no tiene mucho que ver con los sentimientos, ni con las emociones: es completamente posible amar a alguien que nos cae fatal. Y, por supuesto, ¡nada que ver con el sentimentalismo, el dolorismo y otros “ismos” similares! Este amor es cuestión de voluntad, más bien. Darse cuenta que el que está enfrente de mí tiene tanto derecho como yo al amor de Dios (recordemos que es incondicional), y que aunque no le soporte, tiene también sus zonas de luz (igualito que yo, vaya). Así pues, buscaré su bien, porque de eso se trata.
Cada uno encontrará después su manera propia y particular de hacer real de este amor: y aquí ya nos metemos en otro tema, el de los carismas y vocaciones personales. Eso si, sin olvidar que el que no ama a los de aquí, malamente puede amar a los de allá.
Queridos, amémonos los unos a los otros, porque el amor nos viene de Dios. Todos aquellos que aman son hijos de Dios, y conocen a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.(1Jn 4, 7-8)
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