
Estos dos últimos textos que he publicado aquí responden a algo que está siendo muy presente en mi vida: la existencia de flaquezas en mí, de elementos de los que no estoy orgulloso, y de actos que, incluso sin ser pecado, no dejan de sonrojarme. Esto por un lado. Y por el otro, el Amor de Dios, la mirada que El pone en mí de acogida y de bendición (bendición = decir bien). Aceptar este Amor incondicional puede revelarse un reto aun mas difícil que el de llegar a altas cotas de ascetismo. Aceptar este Amor implica amarme a mí, y a todos aquellos que me rodean; porque cada uno, cada una, recibe la misma mirada de Amor de predilección.
Señor, Tú me sondeas y me conoces;
conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares. (…)
Porque Tú mis entrañas has formado,
Me has tejido en el seno de mi madre;
Yo te doy gracias por tantas maravillas:
Prodigio soy, prodigios son tus obras.
Salmo 138 (139)
No hay comentarios:
Publicar un comentario