
Reconozco que tengo una debilidad especial por san Juan de la Cruz, cuya fiesta se celebra hoy. Aunque sus escritos puedan parecer un poco áridos a veces, o demasiado místicos, todo nace de su íntima convicción de la dignidad del hombre y de su profunda fe en el Amor de Dios por esta su creatura. Esto le hace gritar, a veces:
¡Oh almas criadas para esas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!
(Cántico espiritual 39, 7)
Esta exclamación surge con naturalidad de su pluma, después de haber descrito la grandeza de ser hijos de Dios, y la realidad a la que somos llamados. Este grito no ha perdido un ápice de actualidad, ahora que estamos en una sociedad en la que sobre todo prima la imagen y el éxito. Darnos cuenta de nuestra dignidad puede modificar nuestra escala de valores; darnos cuenta de la dignidad del otro puede modificar nuestras relaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario