Estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, muy caro; rompió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús… (Mc 14, 3-9)

Jésus se trouvait à Béthanie, chez Simon le lépreux. Pendant qu'il était à table, une femme entra, avec un flacon d'albâtre contenant un parfum très pur et de grande valeur. Brisant le flacon, elle le versa sur la tête de Jésus... (Mc 14, 3-9)

4 de septiembre de 2010

23 domingo del Tiempo Ordinario

Del libro de la Sabiduría (9, 13-18)

¿Qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos, y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano: pues, ¿quién rastreará las cosas del cielo? ¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría, enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? Sólo así fueron rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te agrada, y la sabiduría los salvó.

No recuerdo donde leí que, en vez de mirar a Dios con ojos de hombre, tendríamos que acostumbrarnos a mirar a los hombres con los ojos de Dios. Evidentemente, esta sabiduría de la mirada no es algo que se consiga a fuerza de puños ni de un día para el otro. Pero así sería mucho más sencillo que se nos comprendiera y aceptara –como Dios mismo nos comprende y acepta-. Saber mirar es saber amar.

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