
Nuestro Padre el Altísimo, Dios todopoderoso, El que es el Ser y que nos conoce y nos ama, y esto desde antes del comienzo del mundo. El nos conoce en la plenitud de su maravilloso amor, y por el designio eterno previsto por la Santísima Trinidad, ha querido que la segunda Persona fuera nuestra Madre, nuestro Hermano y nuestro Salvador. Y de esto se sigue que así como El es verdaderamente nuestro Padre, Dios es también verdaderamente nuestra Madre. Nuestro Padre quiere, nuestra Madre hace, nuestro buen Señor el Espíritu Santo confirma. Así nos corresponde amar a nuestro Dios en quien tenemos nuestro ser, dándole gracias con reverencia y alabándolo por habernos creado, rezando con fuerza a nuestra Madre para obtener misericordia y piedad, y a nuestro Señor el Santo Espíritu para obtener gracias y auxilio. […] Así Jesús es nuestra verdadera Madre según la naturaleza porque El, que es Dios, nos ha creado; y El es nuestra Madre según la gracia porque El ha tomado nuestra naturaleza creada. Todas las hermosas realizaciones, todos los dulces cuidados prevenientes de una inestimable Maternidad, todo esto es lo propio de la segunda Persona. […] Yo comprendo que hay tres maneras de considerar la Maternidad en Dios. La primera se funda en que El ha creado nuestra naturaleza. La segunda, en que El ha tomado nuestra naturaleza –y ahí empieza la Maternidad de gracia. La tercera es una Maternidad de acción, en la que hay una expansión infinita, por la misma gracia, a lo largo y a lo ancho, en altura y en profundidad. Y todo esto es un solo Amor.
Juliana de Norwich (1342-1416?)
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