Estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, muy caro; rompió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús… (Mc 14, 3-9)

Jésus se trouvait à Béthanie, chez Simon le lépreux. Pendant qu'il était à table, une femme entra, avec un flacon d'albâtre contenant un parfum très pur et de grande valeur. Brisant le flacon, elle le versa sur la tête de Jésus... (Mc 14, 3-9)

24 de noviembre de 2009

El muro


Este mes hemos celebrado con gran fasto el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín, el famoso “Telón de Acero”. Por desgracia, aún quedan muchos muros que caer en nuestro mundo. Pero como no soy un analista político-social, no voy a hablar de ellos. Prefiero hablar de esos otros muros, insidiosos, que podemos llevar en cada uno de nosotros; estos muros que nos parten por la mitad.

De una parte, nuestra fe cristiana o, al menos, una inquietud espiritual; del otro, nuestra tendencia homoafectiva. Hay mil voces que pretenden convencernos que tiene que ser así, que hay que hacer una neta frontera entre estas dos realidades y elegir entre una u otra. Evidentemente, todo intento de cruzar este muro está prohibido, y se hace a costa de un gran precio de energía, de ánimos, de dolor. Y prefiero no hablar ahora de los que afirman que la homosensibilidad es una enfermedad que se puede curar…

Dios no nos llama desde fuera del mundo, nos habla aquí y ahora, con todo lo que somos, con todo lo que tenemos. No nos pide una amputación de nuestro ser, sino que quiere llenar de su luz cada aspecto de nosotros; es así que con El y por El lograremos demoler este muro interior y unificar nuestro ser, para caminar hacia plenitud en “alabanza de Su Gloria”.

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