Estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, muy caro; rompió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús… (Mc 14, 3-9)

Jésus se trouvait à Béthanie, chez Simon le lépreux. Pendant qu'il était à table, une femme entra, avec un flacon d'albâtre contenant un parfum très pur et de grande valeur. Brisant le flacon, elle le versa sur la tête de Jésus... (Mc 14, 3-9)

29 de octubre de 2009

La humildad

Durante mucho tiempo –y todavía, en determinados ambientes- la humildad se ha vivido como una negación de las propias cualidades y un arrogarse todos los defectos. Además de ser una solemne tontería, esta actitud está más en relación con el orgullo: se trata de ser “el más”, y como no se puede ser “el más mejor”, pues venga, se toma el papel de ser “el más peor”.

Hoy en día, quizás, es el otro extremo: uno se considera el mejor, y si los otros no se dan cuenta, es que uno es un incomprendido y el resto del mundo se equivoca. A pesar de todo, si nos preguntan por nuestro carácter, nos resulta más fácil citar cinco defectos que cinco virtudes (te invito a hacer esto, ahora, mientras lees esto…)

Y así tenemos a la pobre humildad arrinconada, sin saber muy bien qué hacer con ella. Tal vez porque no sabemos muy bien de qué se trata. “Humildad es andar en verdad”, decía santa Teresa. No es otra cosa que conocerse a sí mismo, darse cuenta de las propias dificultades y flaquezas, pero también conocer las propias cualidades, para ponernos al servicio de los otros con todo nuestro ser real (y no con lo que nos gustaría ser). No es cuestión de pensarse mejor o peor que los otros, sino de reconocerse criatura de Dios, al igual que el resto de las personas de quienes somos llamados a ser servidores, al ejemplo de Jesús la víspera de su Pasión.

Este camino del conocimiento de sí –de la humildad- es un proceso que va a llevarnos toda la vida; no es algo que vayamos a conseguir mañana a fuerza de puños. Hace falta, eso sí, echarle valor a este autoconocimiento, porque podemos encontrar cosas que no nos van a gustar, o sorprendernos con otras. Por eso es importante ser conscientes de que somos hijos e hijas amados de Dios, y que nada ni nadie podrá separarnos de este Amor que recibimos a cada instante.

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